1 de junio de 2007

Es usted gitano y va a la escuela

Mariano Fernández Enguita

Apuesto a que Ud., lector, no es gitano, porque no serán muchos los que lean esta revista. Pero imagine por un momento que lo fuera, más o menos apegado a las formas de vida tradicionales del grupo, y lo metieran de repente en la escuela. ¿Cree que se encontraría a gusto? ¿Piensa que se sentiría súbitamente agradecido por ser no ya admitido, sino succionado, al indiscutiblemente mejor y siempre tan correcto mundo de los payos? ¿Cuánto tiempo cree que aguantaría en ella si pudiera permanecer o abandonarla a su antojo?

Para empezar, le resultaría difícil comprender la obsesión reinante por el silencio y la inmovilidad. Es verdad que algunos profesores no piden a sus alumnos sino que mantengan unas condiciones que hagan posible el trabajo de los demás, pero otros, tal vez la mayoría, pretenden que estén permanentemente inmóviles y en silencio, sin levantar el culo de la silla, sin poder ir a beber agua ni al servicio, etc., como ideal de los hábitos de trabajo y convivencia. Esto encaja relativamente con el modo de vida payo, entre la preocupación de los padres por que los niños no rompan la cristalería y la certidumbre de que la vida adulta requerirá de ellos una actitud contenida y disciplinada en el trabajo. Usted, en cambio, vendría de un hogar pequeño y numeroso, sin muchos objetos de valor que proteger, poblado por niños de todas las edades que se crían en un clima altamente permisivo y sin ningún motivo para pensar que el silencio o la parsimonia sean virtudes deseables.

En la medida en que empezara a aprender la lecto-escritura se encontraría con que el habla de su familia y su comunidad no le ayudaban ante el lenguaje escolar. Palabras que Ud. usa no serían comprendidas por sus profesores y compañeros, mientras que ellos, a su vez —sobre todo los primeros— emplearían palabras que usted no comprende. Su Ud. fuese polaco, chino o, mejor que mejor, inglés, todos darían por sentado que no tenía por qué saber dos lenguas y hasta mostrarían gran curiosidad por la suya; siendo gitano, lo más probable es que piensen simplemente que habla mal, que no sabe hablar. Es posible, incluso, que haya de presenciar cómo algunas palabras que Ud. sabe estrictamente gitanas son abiertamente rechazadas como si fueran el lenguaje de los bajos fondos (como se decía no hace mucho: el habla gitana y de germanías).

Tal vez piense Ud. que, de todos modos, algo iba a aprender sobre la sociedad que le rodea, y así es. Aprendería que vive en un país formado hace poco más de cinco siglos con las inestimables aportaciones de castellanos y leoneses, aragoneses y catalanes, etc. Sería Ud. informado, de modo explícito o implícito, de que aunque su pueblo lleve aquí ese mismo tiempo, aunque fuese un pueblo viajero y comerciante, y aunque los viajes y el comercio fuesen las comunicaciones y hasta las redes de entonces, no ha aportado a la cultura española más que alguna influencia sobre el flamenco. Si, además, tiene la suerte de vivir en cualquier comunidad autónoma con plenas competencias educativas aprendería, incluso, que la susodicha, cuna de incomparables virtudes, había sido en algún momento poco menos que el centro del planeta y que nada más importante en el mundo que respetar las raíces, la cultura, la historia, la lengua, el autogobierno y demás rasgos y derechos de cualquier pueblo... menos del suyo.

Eso sí: en el proceso sería Ud. también objeto de una educación en valores, preferentemente transversal. Aprendería, por ejemplo, que se equivoca si piensa que uno es, ante todo, lo que es su familia o su clan. Tendría, para bien y para mal, que recorrer en pocos años, si es que no en meses o días, el camino recorrido por Occidente en milenios: de la primacía del grupo a la del individuo, de la cohesión familiar a los derechos individuales, de la solidaridad clánica a la movilidad social individual, de las normas grupales al sometimiento a la ley, etc. Si es Ud. varón, sus maestras raramente aceptarían ni sabrían siquiera que, en su medio familiar, Ud. ya tiene autoridad sobre sus hermanas de cualquier edad e incluso sobre su madre, por lo que le resulta cuando menos arduo someterse a la autoridad de una mujer desconocida. Si es Ud. mujer, es probable que tampoco aceptaran la franqueza con que ya en la pubertad aborda temas como la regla, el matrimonio, el sexo o la maternidad.

Llevado por su espíritu pragmático quizá decidiera Ud. que, si no por sí misma, la escuela de los payos podría interesarle como medio para alguna otra cosa, por ejemplo para sus actividades económicas, como cualificación para el trabajo. Enseguida se daría cuenta, sin embargo, de que, más allá de la lectoescri tura y las operaciones elementales, mejor aprendería lo necesario para sus futuras actividades participando ya en ellas con sus padres, en vez de pasar a esas horas en el aula. Repararía en que esa disciplina y esas destrezas abstractas que los payos consideran tan necesarios para el día de mañana puede que lo sean para el trabajo en la fábrica o en la oficina, pero no tienen mucho que ver con el comercio ambulante o la trata de ganado, ni con las flores o la cestería, ni, en general, con el trabajo de subsistencia o por cuenta propia que Ud. espera pronto desempeñar.

Sus padres, no obstante, podrían ver las cosas de otro modo: podrían pensar que, en todo caso, la escuelaes un lugar seguro para dejar a los niños mientras se va al trabajo, en custodia. Pero nada de eso: primero, porque, en la mayoría de los casos, su trabajo no les impide llevar consigo a los niños, que además son una ayuda y van aprendiendo como durante milenios lo hicieron los de los payos; segundo, porque estar en minoría entre payos no siempre es seguro, o al menos no siempre lo parece, sobre todo si de vez en cuando salta a la luz pública un episodio de racismo; tercero, porque las autoridades escolares e empeñaran en separarlo a Ud. de sus hermanos, primos, etc., saltando por encima de los lazos verticales y horizontales familiares o de grupo para aglutinarlos burocráticamente por edades o por orden alfabético, y en juntarlos con otros niños gitanos de otras familias y clanes sin reparar en que tal vez estén enfrentados fuera de la escuela y obligados a seguir estándolo dentro. Por si fuera poco, le ofrecerán una serie de salidas extraescolares estupendas, pero que no tienen en cuenta, de nuevo, el riesgo que para Ud. supone pisar el territorio del adversario.

Incluso si Ud. se propone mantenerse como sea en la escuela de los payos, la indiferencia de ésta ante sus obligaciones familiares y sociales aumentará las dificultades que ya tiene. Como los payos sólo viajan en verano y celebran sus ceremonias en fin de semana, no conciben que Ud. tenga que ir a trabajar con su familia —o, simplemente, que no puedan dejarle sólo— durante semanas porque llegan los trabajos agrícolas de temporada, actuaciones artísticas u otras actividades económicas lejos de la escuela, y mucho menos que emplee varios días seguidos en una boda o un bautizo, ignorantes de que, aparte de su aspecto lúdico, esos ceremoniales son el cemento de los extensos lazos familiares y sociales que hacen posible su modo de vida, tan necesarios como el crédito bancario para el de los payos. Pero no se haga ilusiones: su maestro dudará entre echarle un rapapolvo o limitarse a una ironía sobre tan prolongada ausencia, sin pensar siquiera en alguna fórmula que le permita satisfacer tanto a la escuela como al grupo.

Al final, entre las dificultades de aprendizaje y de adaptación, el interés limitado por su parte, la escasa comprensión por parte de la institución y de los maestros, las ausencias irrecuperables, etc., es más que probable que llegue Ud. al momento en que ya empieza a sentir la presión por abandonar la escuela para trabajar y contraer matrimonio, dos cosas que se hacen bastante pronto en la tradición gitana, sin que pueda decirse que ni la institución ni Ud. hayan alcanzado los objetivos básicos; porque lo que para ud. es demasiado tiempo, para la escuela es demasiado poco, ya que gitanos y payos tienen ideas diferentes sobre lo que son la infancia, la juventud y la vida adulta, sobre cuándo se pasa de una a otra y sobre qué se puede y se debe hacer en cada una de ellas.

Todo esto, claro está, adobado con numerosas experiencias extracurriculares no previstas en el guión. Tarde o temprano habrá de pasar tragos como que el día que falta algo se vuelvan hacia Ud. todos los ojos, que le llaman despectivamente gitano, que le ofrezcan una caridad que ni necesita ni quiere, que reconozcan sus excelencias afirmando que no parece un gitano, que crean hacerle un favor sugiriéndole que cante y baile un poco para los demás, que lo coloquen a dibujar en los asientos del fondo, que lo conviertan en carne de compensatoria, o cosas peores.

No quiere decir esto que deba Ud. huir de la escuela como de la peste, pues incluso para Ud. tiene su lado positivo. Si formase parte Ud. de los sectores más marginales, podría considerar su permanencia en las aulas como su aportación personal a la economía familiar, ya que parece ser condición para recibir el salario social, beneficiarse de realojamientos y mantener buenas relaciones con los trabajadores sociales y las autoridades.

Si hubiera decidido Ud. pasar la raya, apayarse, dejar a los suyos para rendirse y ser por fin uno de los nuestros, no dude que la mejor forma de hacerlo es la escuela, aunque resulte dolorosa. Si, lejos de ambos extremos, proviniese Ud. de un sector acomodado y relativamente integrado, sepa que durante toda su vida tendrá frecuentes relaciones con los payos y que, por tanto, hade conocer su mundo, y una vía para hacerlo es la escuela.

Si acaso es Ud. realmente gitano, no vaya a pensar, por cierto, que yo suscribo su mundo. Muchos de los rasgos que lo definen me parecen simplemente arcaicos, y, algunos, condenables sin importar a quién se atribuyan; sólo una parte me parecen realmente distintivos y pocos de entre ellos, a la vez, admirables. Pero admito, eso sí, que son sus rasgos, y que nadie tiene derecho a ignorarlos ni a descalificarlos en bloque, que su cultura es importante para ustedes, que tiene como todas elementos positivos y que los demás debemos aceptarla y podemos beneficiarnos de ella. Es lo mismo que pienso de la mía —de la que Uds. llaman paya—, con independencia de cualquier valoración pormenorizada de los elementos de una y otra. Por eso, créame, le sugiero que intente aprovechar lo mejor de la escuela, aun a sabiendas de que será al precio de amargos sinsabores, pero le comprenderé, sin reservas, si me dice que para Ud. no vale la pena.

Revista Archipiélago Nº38: Cuadernos de crítica de la cultura

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